Los asesores y economistas al
servicio del BCE y del FMI están aconsejando al Gobierno español una nueva
subida del IVA, la reducción de las pensiones y la reducción del salario mínimo.
Estos lumbreras, a los que no creo que les vayan a dar un Premio Nobel, en
ningún momento han pensado en la recuperación de la economía española, sólo
miran por alimentar a sus voraces amos: las corporaciones financieras. Sólo hay
que utilizar el sentido común para ver que por esa vía será imposible la recuperación,
y ni siquiera la estabilización.
El sistema capitalista en su cara
más cruda del neoliberalismo, de la total desregularización económica y
ausencia de planificación, nos ha metido en esta espiral de caída libre y
empobrecimiento acelerado. El capitalismo ha intentado una y otra vez a lo
largo de la historia crearse la cara amable con la filosofía de “la economía
del bien común”, intentando lo que se llamaba “el Estado del bienestar”, sin
embargo ha fracasado ante el monstruo neoliberal por ser una contradicción en
sí misma.
Las últimas décadas nos han hecho
creer a todo el mundo que podíamos alcanzar “el sueño americano”, que con tesón
y trabajo podíamos hacer realidad nuestros sueños, sueños que por otra parte
sólo se podían concebir en forma de dinero, de bienes materiales y poder
económico.
La imagen del triunfador era
únicamente la del rico hecho así mismo a base de especular y explotar a otras
personas en muchos casos, y con actividades dudosamente legales en otros muchos.
El perdedor sin embargo era, en muchas ocasiones, aquel que había elegido su
propio camino fuera del sistema, el que daba más importancia a su calidad de
vida en términos emocionales, el que era por principios solidario y ético, y al
que la posesión exagerada de objetos materiales le importaba muy poco.
Los humanos somos egoístas e
individualistas por naturaleza, y a pesar de que la historia nos demuestra que
los grandes logros sociales han sido conseguidos por la acción colectiva y
solidaria, nos empeñamos en no mirar más allá de nuestro propio ombligo con la
triste creencia que lo que es bueno para los demás tiene que ser malo para
nosotros, es decir: nuestra felicidad se basa en poseer más cosas que los demás.
En nuestro país, además, este comportamiento es generalizado, y curiosamente
esto ocurre en una sociedad que mayoritariamente se siente católica, aunque
olvida los principios éticos más elementales del cristianismo.
El bien común sigue siendo, hoy
más que nunca, la única fórmula para el futuro de nuestra sociedad, no solo
para la recuperación económica, sino para la recuperación moral y cultural que
de otra forma, es decir: por el camino que vamos, nos llevará al
empobrecimiento masivo, la pérdida de derechos fundamentales, la quiebra social y la inestabilidad política
permanente.
Esto no es algo que sólo se deba
conseguir por la vía política, si queremos conseguir una sociedad más justa y
equilibrada nuestra actitud y comportamientos cotidianos son fundamentales.
Tenemos mucho más poder del que nos creemos, y con una serie de pequeños actos
en nuestra rutina diaria podemos cambiar el mundo.
Se nos suele llenar la boca de
grandes frases, para criticar el comportamiento ético de los poderosos, y nos
indignan cosas que nosotros hacemos en pequeña escala. Criticamos, por ejemplo,
que ciertas empresas se lleven sus factorías a otros países donde la
explotación infantil es norma, pero luego compramos esos productos. Nos
llamamos protectores de la naturaleza y luego consumimos productos que agreden
el medio ambiente.
Otros mundos son posibles, hay
mucha gente que en su día a día están trabajando en ese sentido. La economía
del bien común es una actitud en todo lo que hacemos, y podemos hacer mucho más
para ello. En el próximo capítulo de este artículo os contaré como con imaginación y creatividad se puede seguir adelante, son unas cuantas alternativas
dentro de este sistema insolidario para poder cambiarlo desde dentro.
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