La epidemia se extiende y,
al igual que en la edad media,
la curan con sangrías
Las peores previsiones planean como buitres sobre la economía española. Las absurdas medidas adoptadas por el Consejo de Ministros ahondan en una recesión prevista por el Banco de España y el Fondo Monetario Internacional. La epidemia se extiende y los responsables sanitarios quieren pararla con aspirinas.
«Un tonto jode a un pueblo», o mejor aún: un tonto incendia un pueblo, pero cuando son varios los tontos los que se acercan con sus antorchas en la mano, el siniestro puede ser de unas consecuencias desastrosas. Las impopulares y equivocadas medidas aplicadas por el Partido Popular tanto en el gobierno de la Nación como en las Comunidades Autónomas van a acabar con la esperanza de muchos que confiaban honestamente que los dirigentes del Partido Popular con sus promesas les devolvieran las ilusiones perdidas.
El cierre de los mercados de capitales anula las expectativas de consumo, hunde la inversión, aniquila el flujo financiero necesario en una economía de mercado. Valga aquí como ejemplo el que articula Antonio Miguel Carmona; profesor de economía: «Es como atender a un enfermo en urgencias con una parada cardiaca: la sangre no riega el resto de los órganos que comienzan a dejar de funcionar». La demanda agregada sucumbe, el consumo y la inversión se hunden, cierran las empresas, aumenta el desempleo.
El primer tonto, antorcha en la mano, ha sido el Banco Central Europeo, incapaz de suministrar liquidez al sistema, de dar un masaje cardiaco, una transfusión que riegue de una vez por todas nuestras estructuras y nos salve de la coyuntura. Se niega Alemania, el hospital central europeo, sabedora de que la transfusión proviene de sus reservas de sangre; una posición egoísta, comprensible desde el punto de vista local, enloquecida desde el punto de vista europeo, y sobretodo errónea, porque si se mueren los pacientes se acabó el negocio.
El segundo tonto, antorcha en mano, es aquel médico que pasaba por allí y piensa que el paro cardiaco se arregla escayolando una pierna al infartado. Hagamos una reforma laboral y todo se arreglará, o, al menos, lograremos que los trabajadores transfieran rentas a los empresarios. Una reforma del mercado de trabajo que traerá crecimiento como salud a un enfermo del corazón escayolándole una extremidad. Ni que decir tiene que ese médico en realidad es traumatólogo y no tiene ni idea de cardiología, o peor aún, trabaja para las fábricas de escayolas, y no para el sistema sanitario.
Un grupo de tontos quienes, también por allí, gritaban a lo largo de una legislatura aquello de que cuando se fuera Zapatero el enfermo sanaría, el flujo volvería a regar a todos los órganos. Estos tontos que han visto como el doctor ‘ZP’ era incapaz de dar un diagnostico correcto y ha estado aplicando terapias al azar, se han dejado embaucar por curanderos y sanadores charlatanes en vez de buscar la raíz de la pandemia.
El tonto de siempre, no podía faltar, es aquel que piensa que reducir el déficit público es garantía de crecimiento. La reducción del déficit es en sí una obligación en tiempos de bonanza, pero no es la solución en tiempos de crisis. Además que incluir en la Constitución la prohibición para siempre de déficit público, es volver a los neoclásicos en la literatura económica del XIX, gente sesuda e inteligente para el sistema capitalista emergente de entonces, pero que llevados al siglo XXI no parecen más que anacrónicos. Es curioso como desde entonces, casi todos los teóricos de la disciplina económica han dado por dogma las ideas de Adam Smith y sus acólitos, sin haber prestado la menor atención a la evolución del sistema y su transformación, de sistema productivo-consumista a sistema especulativo-financiero. Y lo peor es que tuvieron una alarma extrema en el año 1929, que además provocó la mayor de las guerras de la historia y el enclaustramiento endogámico del sistema socialista, de la que al parecer no sacaron ninguna lección.
Aparece el último tonto, el que con la mayor de las antorchas, hace acompañar desde el Consejo de Ministros un ajuste fiscal del sector público con un ajuste del sector privado. El que le sube los impuestos (IRPF) a los trabajadores, a las clases medias y menos favorecidas, a las bases liquidables de un solo euro, matando sin rectificación el consumo, el ahorro y, por lo tanto, la inversión. Es como quedarse mirando al infartado, a ese que no le fluye la sangre, el que tiene el sistema financiero paralizado. De repente, subirle los impuestos directos es como apagar la máquina que le mantenía vivo, la sonda que le daba un hilo de vida, permitiendo que se apague su consumo, su inversión, mientras las clases altas y medias-altas siguen teniendo una salud de hierro, lo cual no les excluye de enfermar, y cuando eso ocurra no habrá donantes que puedan con su sangre y sus órganos salvar al enfermo.
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