El Club Europa estaba situado en los
bajos del Hotel Europa y era en realidad una prolongación de éste. El singular
edificio era una peculiar y armoniosa mezcla de estilos tanto en el interior
como en el exterior. Si exteriormente era un edificio de estilo colonial con
detalles árabes y una austera decoración en el interior se combinaban además
con detalles Art Nouveau en una caótica pero bella paleta decorativa.
Allí solíamos
alojarnos los europeos que vivíamos en Tánger de una manera más o menos estable
y por lo tanto éramos el grueso de la clientela habitual del Club. El resto de
clientes se componía de hombres de negocios y exiliados europeos que por
aquellos tiempos, después de la invasión de Polonia y la terrible guerra que
vino a continuación, iban y venían sin que pudiésemos llegar a conocerlos a
todos. Eso terminó por crear un ambiente enrarecido que a veces llegaba a
hacernos vivir momentos tensos.
Fue una noche de ésas
de excesos etílicos que la volví a ver (después de más de un año, y en el Club
Europa) inmediatamente volvieron a mi
todos los fantasmas del pasado, una extraña sensación se apoderó de mi, la
cantidad de alcohol que llevaba dentro y los recuerdos que tanto me habían
atormentado durante mucho tiempo me condujeron a un estado de excitación
descontrolada, quizá no estaba preparado para una situación así y por eso
decidí marcharme por la puerta trasera que comunicaba con el hall del hotel,
pero antes de poder perderme ella me cortó el paso. Con su encantadora sonrisa
y más bella que nunca, me besó y me dijo:
- Que alegría volver a
verte querido Daniel, sabía que el periódico te había enviado aquí y tenía la
esperanza de volver a verte –No recuerdo las palabras exactas pero es lo que
más o menos me dijo - Pero, no te marcharías ya, verdad? No te lo permito
tómate una copa con nosotros, ven querido te presentaré a mis amigos –Después
de tanto tiempo, todo lo ocurrido aquella noche sigue siendo para mi una
especie de broma onírica que no recuerdo con claridad.
El grupo humano que
componía lo que ella llamaba sus amigos era de lo más curioso; una princesa
rusa, un viejo play-boy italiano, Hassan el cacique local y un
diplomático suizo que hablaba con un sospechoso acento alemán, un patético y
decadente muestrario de lo que podía reunirse en la ciudad aquellos días.
Inmediatamente mi cabeza comenzó a viajar del pasado al presente en una macabra
carrera, no sé cómo pude excusarme pero me escapé de aquélla mesa escuchando su
voz pero sin saber que decía.
Salí al frescor de la
calle sin subir a la habitación y me puse a deambular caminando -sin darme
cuenta- directamente hacia el malecón, sin que en mi mente estuviera programado
el recorrido. Mi idea era simplemente dar un paseo nocturno para aplacar, en la
medida de lo posible, el malestar que me aquejaba, sin embargo me descubrí
caminando rápido, casi a la carrera, como si llevara prisa por llegar pronto a
algún lugar. Así fue como me encontré en una zona del puerto con fama de
peligrosa incluso de día, sin embargo ése recorrido era habitual para mí y
jamás tuve ningún incidente, el alcohol siempre me ha regalado con elevadas
dosis de temeridad y quizá esa autoconfianza se trasmitiera, el caso es que
nunca llegué a sentirme atemorizado.
El calor que sufríamos
durante el día a esas alturas del año - finales de Junio – derivaba al
anochecer en una temperatura bastante fresca, favorecida por los vientos
atlánticos. Sabía que los días claros se veía la costa española, pero aquella
noche se me mostró como una alucinación. Ver a lo lejos España movió un resorte
en mi cerebro, liberando todo lo que había tenido arrinconado tanto tiempo.
Enseguida
empezaron a pasar por mi mente todos los recuerdos de mi estancia en España cubriendo
la información para mi periódico de la guerra civil, como la conocí a ella y
nuestra intensa relación. Después el desencanto, sus relaciones con otros
hombres de dudosa procedencia y el sufrimiento que ello me producía. Ante el
estancamiento de la contienda y mi penosa situación volví a París, donde poco
tiempo después la volví a encontrar; de nuevo más bella y mas terriblemente
perversa (seguía teniendo dudosas amistades) de pronto desapareció de la ciudad
y poco a poco de mi vida con un terrible dolor acumulado.
Al principio no lo sospechaba, y a pesar de ciertas evidencias, ella lo
era todo para mí. Yo disculpaba su estilo de vida, sus extrañas amistades y sus
amantes, considerándola una mujer libre y única. Después de la guerra me enteré
que era una colaboracionista de los alemanes, y que actuó como espía en algunas
ocasiones, de su final ya os hablaré otro día.
Luego llegó la
publicación de mi primer libro y su relativo éxito, la propuesta de mi
corresponsalía en Tánger, la cual acepté, pues los alemanes
habían comenzado la invasión de Francia. Después mi gradual entrega
al mundo de los placeres y la vida mundana. Algo había muerto en mí,
simplemente me dejé llevar y la ciudad hizo el resto, hasta esa noche en que
todo se desató.
Aún hoy no logro
explicarme cual fue el motivo que me hizo reaccionar, recuerdo sin embargo,
como el húmedo y salado viento provocó un estado de increíble
serenidad en mi espíritu y una cordura que hasta entonces nunca había tenido. Me
di cuenta de que en el fondo yo era igual a ella y a sus amigos, que me había
recluido cobardemente en una torre de marfil sin preocuparme de lo que estaba
ocurriendo en Europa. No sé si era miedo, desengaño, o un simple sistema de
protección emocional. Pero eso ya se había acabado, estaba decidido.
Al día
siguiente recogería todas mis cosas, me uniría a un grupo de exiliados
republicanos españoles y me iría a Francia, a mi querida vieja Europa a
contribuir a parar el fascismo, luchando junto a la resistencia, dejaría atrás
ése paraíso hedonista y por fin haría algo con mi vida. Aquella mágica noche
perdí todos mis miedos.