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sábado, 30 de diciembre de 2017

DELIRIUM



Ocurrió de madrugada, me levanté temprano –como casi siempre- para que el saludo cotidiano del Sol me pillara despierto, y porque el gallo siempre empieza a cantar antes del amanecer. Nada hacía presagiar el terrible desenlace de esa terrible jornada. Puse la cafetera que había dejado preparada antes de irme a la cama en el fuego, mientras me fumaba el primer cigarrillo del día, y en ese momento caí en la cuenta de que sólo me quedaban dos cajetillas, “tendré que bajar esta tarde al pueblo a comprar”- pensé. En mis muchas estrategias para fumar menos (dejar de fumar es algo que no encaja en mis planes) entra la de comprar menos tabaco ya que vivir en pleno bosque, a más de media hora de distancia del pueblo más cercano, me debería obligar a ser muy moderado a la hora de encender cada cigarrillo, pero un hombre que se mantiene vivo a base de vicios no puede atacar frontalmente ninguna tarea que suponga privarse de ellos.
Tomé mi primer café del día con unas gotitas de Burbon fumando el segundo cigarrillo, es ése un momento inigualable, sólo puedo compararlo a algunos momentos de sexo que tuve a lo largo de mi vida con mujeres que yo creía inalcanzables. Normalmente es en ése momento del día cuando aparece Helios en el horizonte; desde que decidí aislarme del mundo y me vine a vivir aquí, he adaptado mi reloj biológico al devenir de las estaciones, la naturaleza tiene un poder omnímodo que nos hace vivir a su ritmo a todos los que decidimos integrarnos con ella.

Después de ése ritual cotidiano fui hacia el estudio, como todos los días, y fue  entonces cuando ocurrió. Al principio no me di cuenta, coloqué en la mesa del estudio la jarra con el café y la botella de four roses , y cuando iba a empezar a escribir me percaté de que el “monstruo maligno” había llegado. Mi primera reacción fue no reaccionar, pero enseguida me percaté de la terrible situación, y salí huyendo de allí, cerrando la puerta del estudio con llave. Sin saber qué hacer pasé el día tomando café y bebiendo cerveza y vino, cuando se me acabó el tabaco el miedo me hizo reaccionar y bajé al pueblo, compré varios cartones y me fui directo al bar del pueblo, allí empecé a hablar y a beber con unos paisanos ociosos, y dejé pasar las horas. No fui capaz de contarle a nadie la visita del monstruo, tenía suficientes motivos para pensar que no me entenderían, y estaba convencido que pensarían que eran delirios etílicos. Esperé hasta la noche, y el dueño del bar muy amablemente me echó a la calle. Me quedé en el auto un par de horas, hasta que me armé de valor para volver a mi refugio, un refugio que ahora veía cómo una condena.
Me armé de valor y entré en la casa, aparentemente estaba todo en orden, la puerta del estudio seguía cerrada con llave (le puse una llave para poder sentarme a escribir sin que me molestaran, ya que al principio de venirme aquí de vez en cuando tenía alguna visita), me tranquilicé y me convencí de que no abriendo la puerta el monstruo no saldría. Pasaron varios días en los que yo me mantenía con alcohol, cigarrillos y café, pero por las madrugadas me parecía escuchar las voces del monstruo. Un día de excesos alcohólicos no aguanté más y huí, salí corriendo hacia el bosque, y no recuerdo más.
Al cabo de dos días unos cazadores me recogieron en el bosque, por lo que me contaron tenía la mirada perdida y hablaba de forma balbuceante y críptica. Me encerraron en un centro psiquiátrico, donde durante seis meses me trataron mis adiciones y mis paranoias, y pasé el síndrome de abstinencia sin demasiada dificultad.

Ahora ya no bebo, tampoco tomo café, y el tabaco lo he reducido a una tercera parte. El tratamiento que me pusieron me mantiene sin depresión, pero casi sin emociones. He vuelto a casa, el monstruo desapareció. Todo sigue cómo lo dejé aquel día; el papel sigue colocado en la máquina de escribir, pero ya no me asusta, en realidad ya no tengo nada que escribir, por eso el temor al papel en blanco ya no existe para mí.

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